Ihnan despertó pronto aquella mañana. El sol empezaba a despuntar el alba, el día todavía estaba frío. Esta temporada la estación fría parecía prolongarse más de lo esperado.
Aquella mañana Ihnan descubrió que apenas podia mover sus pequeñas piernas. Primero pensó que era el frío, pero pronto descubrió que era algo más.
Desde que nació, Ihnan había sido muy pequeño, muy delicado, muy débil. Su madre, Umma, estaba muy mayor para parir, pero sus deseos por tener un pequeño suyo no habían desaparecido nunca. Su padre, Arsan, fue el primer sorprendido cuando Umma quedo preñada, y a pesar de las miradas de desconfianza del resto del clan, siempre la apoyo.
Ihnan llamó a su madre, la cual aun dormía. El día anterior había estado hasta bien tarde recogiendo frutos y semillas. Sabía que tenía que trabajar más duro que el resto de las hembras para poder sacar a delante a su pequeño.
Umma despertó asustada. Sintió el miedo en la voz de su hijo, y ese miedo recorrió todo su cuerpo como una corriente de aire gélido por sus venas. Rápidamente acudió para atender a su pequeño.
- Ma, ¡mis piernas! - clamó el niño con grandes gestos de dolor.
- ¿Que tienes en tus piernas? - Preguntó ella.
- No puedo moverlas, Ma. ¡No las siento! - Respondió el pequeño con rostro aterrorizado. Una lágrima cayo por su blanca mejilla. Pronto su azules ojos se llenaron de tristeza.
- No pasa nada hijo. - Respondió Umma mientras abrazaba a su hijo tiernamente. Sintió su pequeño cuerpo muy frío, y eso la preocupó todavía más.
Umma siempre estuvo pendiente de su pequeño. Siempre se había mostrado mucho mas frágil y débil que el resto de los niños del clan, lo cual había provocado un sentimiento de aislamiento e incomprensión por parte del resto.
Pero Umma nunca se había rendido. Siempre miraba a las estrellas del norte para pedirles por su hijo, les rogaba que le dieran fuerza para poder integrarse en el clan como uno más. Pero las estrellas parecían no oírla.
Ella sabía que si el resto del clan supiera que Ihnan no podia andar, sería expulsado tarde o temprano. Solo pensar en eso hacia que su corazón se detuviera.
- Nadie lo sabra.- Pensó para si. - Hablaré con el Shaman para pedirle ayuda y consejo.
Todos los hombres habían dejado el clan al final de la estación fría para cazar y colectar alimentos. La última estación había traído grandes nieves y hielos, y las provisiones se habían agotado antes de lo esperado. Todavía faltaban muchos soles y lunas para que el jefe del clan, el resto de los hombres y Arsan volvieran, así que Ugulha, el Shaman era el responsable del clan mientras tanto.
Ugulha era el miembro de más edad del clan. Durante mucho tiempo había sido su líder, pero cuando la edad avanzó y su cuerpo se debilitó, tuvo que ceder ante el ímpetu de los más jóvenes. Entonces pasó a lugar secundario.
Ahora era el Shaman del clan. El Shaman era el responsable de hablar con el Sol, la Luna y las Estrellas, que guiaban los destinos del clan. El recolectaba los deseos y peticiones de los otros miembros y los hacia llegar a los astros. Era el jefe espiritual, y durante la temporada de caza, estaba a cargo de todo el clan.
Umma puso mas pieles calientes en las piernas de Ihnan, le dio un poco de agua y unos frutos que había recogido el día anterior y salió de la tienda para hablar con el Shaman.
Encontró a Ugulha en lo alto de la colina que dominaba todo el campamento. El clan se había movido a la parte más alta del valle, en donde les seria más fácil encontrar alimentos, pero esta temporada fría se estaba alargando demasiado, y todavía quedaban incluso rastros de la nieve de la estación anterior.
Ugulha estaba acabando sus ofrendas a la Luna, la cual empezaba a desvanecerse ante el naciente Sol. Todas las mañanas hacia llegar los ruegos que recibía del clan y añadía los suyos propios para proteger a todo el colectivo.
Umma espero pacientemente a que Ugulha acabara su ritual. Allí, de pie, en lo alto de la colina, el viento soplaba frío, pero Umma no movía un solo músculo, no quería distraer a Ugulha de sus tareas. Conocía sobradamente el mal humor del viejo Shaman, y este no era el mejor momento para despertar su ira.
Ugulha finalmente acabó, se incorporo, paso delante de ella, la miró con desdén.
- ¿Qué quieres mujer? - La preguntó finalmente mientras empezaba a bajar la colina.
Umma se apresuró, intentó caminar a su lado, pero el Shaman, a pesar de su edad, todavía podia mantener una buena marcha, así que Umma tuvo que apretar su paso. Le contó lo que pasaba con Ihnan. Cuando acabó, Ugulha se paró y la miró secamente.
- Mujer, Ihnan nunca podrá ser miembro de este clan. Este clan necesita machos fuertes que lo ayuden a sobrevivir y procrear, y tu cachorro es demasiado débil. Tarde o temprano, tendrás que deshacerte de él. - le dijo Ugulha mirándola fijamente. Sus verdes ojos se adentraron en la cabeza de Umma, mientras todavía oía resonar dentro las palabras de este.
- ¿Dejarle ir? - repetía Umma - ¿Cómo puedo dejarle ir? Es lo único que tengo - replicó finalmente.
- Tienes a Arsan, el sabrá como consolarte. Ya te advertimos mujer, eras demasiado vieja para tener descendencia, pero no hiciste caso, ahora, te toca pagar las consecuencias. - acabó Ugulha, mientras se giraba y emprendía camino de vuelta hacia el campamento.
La mujer se quedo clavada en el sitio. Ahora comprendía que estaba sola, pero la idea de dejar ir Ihnan no entraba en su cabeza. Cayó al suelo. Sus rodillas se hincaron en la tierra y empezó a llorar desesperadamente.
Allí, arrojada, tiritando de frío, miedo y rabia la encontró Sammila.
Sammila era la pareja del Shaman Ugulha. Había sido buena amiga de su madre hasta el final de sus días, y siempre había mostrado un cariño medio maternal por Umma. Ella había sido la única que la había apoyado y ayudado durante su larga y penosa gestación.
- ¿Qué te pasa hija mía? - le dijo con la tierna y amable voz que caracterizaba a la anciana.
- Ihnan - respondió Umma, con la cabeza todavía enterrada entre su largo y lacio pelo negro.
Umma le contó todo a Sammila. Esta la miró, su mirada era grave pero compasiva, Sabia que el Shaman tenía razón, pero quería mostrar un poco de amor y comprensión por la pobre madre. Ella entendía en parte su dolor. Su hijo había muerto hacía muchas estaciones en la temporada de caza, y Sammila siempre había tenido presente ese dolor.
Se quedó pensativa, finalmente se arrodilló al lado de Umma y la acarició suavemente la cabeza.
- Umma, hija mía, hace muchas estaciones encontramos un clan que venía de paso. Era gente rara, distinta a nosotros. Nos contaron cosas extrañas, interesantes e imposible muchas de ellas. Nos hablaron de unas hierbas con efectos maravillosos que podían sanar de muchos males del hombre y de la mujer. Nadie les creyó. Pero yo si les escuche. Una mujer me llevó hasta la rivera del río y me dijo que tipo de hierbas eran esas. Quizás te puedan ser utiles a ti con Ihnan. No tienes nada que perder por intentarlo.
Umma finalmente levantó la cabeza. En su cara se mezclaba la tierra gélida con sus lagrimas, pero una sonrisa asomo en sus labios. Se incorporó y abrazó a Sammila. Sabía que no tenía nada que perder, y quizás esa era su única posibilidad.
Ese día las dos mujeres bajaron hasta el río para buscar y recoger las hierbas de las que Sammila había hablado. No pudieron encontrarlas donde la anciana podía recordar, pero eso no impidió que Umma siguiera buscando durante los siguientes soles por esas plantas maravillosas.
Cada dia le llevaba nuevas muestras a Sammila, pero esta siempre negaba con la cabeza.
- Esas no son. - concluía cada día la anciana para desesperación de Umma.
Mientras, Ihnan, parecía cada vez más débil y pálido. Sus piernitas, día tras día tenían un aspecto mas blanco y gélido, y Umma temía cada noche que esa fuera la última de Ihnan.
Finalmente después de muchas lunas, Umma encontró unos arbustos desconocidos para ella. Jamás había visto aquellas plantas de flores azules y de un amarillo tan brillante como el Sol. Un rayo de esperanza creció en su corazón. Algo la decía que esas eran las hierbas que la anciana la había hablado, así que cogió todas las que pudo cargar, y memorizó el lugar por si necesitara volver a por más.
- Hija mia, estas son. - finalmente le dijo Sammila, las dos mujeres sonrieron, se abrazaron y comenzaron a llorar.
Sammila le contó que tenía que calentar en agua las hojas hasta resblandecerlas y ponérselas en las piernas de Ihnan. Mientras tenía que combinar las flores con otras hierbas para dárselas a beber.
Esa misma noche Umma estuvo preparando las hojas y las flores. Cuidadosamente se las puso en las frágiles piernas de Ihnan. Este pareció aliviado al tacto suave y cálido de ellas. Una pequeña sonrisa pareció aflorar a la cara del pequeño. Umma le dio el bebedizo.
Así pasaron muchas lunas, y muchos soles. Arsan y el resto de los hombres volvieron de la temporada de caza. Todas las mujeres y los niños salieron de sus tiendas para recibir a los hombres, cargados de animales y de pieles. A pesar del frío, había sido una buena temporada de caza. Hombres, mujeres y niños se abrazaban mientras los primeros mostraban los trofeos obtenidos.
Arsan se dirigió hacia su tienda. Se sintió extrañado que Umma y su pequeño no salieran a recibirle. Pronto recordó lo débil que había visto a su hijo antes de marcharse con el resto de los hombres, y una sombra de duda asaltó su corazón. Temió que algo malo le hubiera pasado a él, o a su Umma. Aceleró el paso, quería llegar cuanto antes a su tienda, a la vez que temía el momento de abrirla y encontrarse lo que nunca quiso ver.
Estaba ya muy cerca cuando Umma salió. Arsan se paró en seco, no podía dar un paso más. En aquel momento, Ihnan salió de detrás de su madre y corrió a abrazarle. Arsan solo tuvo tiempo de abrir los brazos y recibir a su hijo mientras lagrimas de felicidad corrían por sus mejillas. Jamás había visto a su hijo tan sano y tan fuerte. Umma se unió a ellos, beso en la frente a Arsan mientras que le acariciaba su largo cabello.
Los tres juntos volvieron a la tienda. La estación fría había llegado a su fin.