jueves, 23 de junio de 2016

Amanece


Andrés subió al coche, se sentó y puso la llave en el contacto. El motor empezó a rugir, pero Andrés tenía la mente en otro lugar. En un avión que despegaba, en alguien dentro de ese avión que se alejaba, que no volvería.

Esa misma tarde Andrés se había ofrecido a llevar a Laura al aeropuerto. Ella se iba lejos, por mucho tiempo, quizás para siempre, y Andrés quería lanzar su último y desesperado intento de ganarse el corazón de Laura.

Hacía mucho que la amaba, pero nunca se había atrevido a decírselo, se sentía temeroso de ser rechazado, no sabía si podría soportarlo, así que había decidido soñar en silencio hasta que llegara el momento oportuno.

Pero ese momento se le escapaba de la manos como agua de un manantial. Ella se iría esa noche, quizás no volviera a verla, era ahora o nunca, Andrés lo sabía. Llevaba varios días sin poder dormir. Pensaba una y otra vez como se lo diría, y dentro de su cabeza se imaginaba lleno de felicidad cuando ella soltara la maleta y corriera a sus brazos.

Pero Laura no soltó la maleta, Laura no corrió hacia sus brazos. Simplemente le puso una mano en el hombro, le dedico una sonrisa y le dijo: “Eres un buen hombre, un hombre realmente bueno, y un buen amigo, algún día encontraras alguien que te ame”. Laura giró y siguió su camino al avión, el avión que la llevaría lejos, lejos de él, pero Andrés ya la sentía lejos, la sentía inalcanzable. Ella volaba lejos en aquel avión.

Andrés empezó a conducir, La luces se sucedían delante de él, blancas, rojas, blancas, no le prestaba atención, todavía tenía su mente atenazada en la sala de espera del aeropuerto, aquella mano tersa y suave en su hombre y aquellas palabras: “Eres un buen hombre, … un buen amigo, … algún día, …”. Aquellas palabras seguía resonando en su cabeza, chocaban de una lado a otro, no podía dejarlas salir, seguía buscando algún significado oculto, algún misticismo que se le hubiera escapado, una clave que le permitiera descubrir el mensaje secreto oculto dentro. Pero no había clave, no había mensaje secreto, Laura volaba lejos en aquel avión.

Andrés seguía al volante, los minutos sucedían a los segundos, y las horas a los minutos. No quería parar, no quería volver a poner pie a tierra, tenía miedo, tenía miedo de darse cuenta que todo lo que había pasado la noche anterior fuera cierto, en su coche estaba seguro, todavía seguro, pero el sabia que Laura volaba lejos en aquel avión.

La noche empezaba a llegar a su fin, Andrés vio a lo lejos el mar, quería seguir, quería seguir aquel avión que también atravesaría el mar. Llego a la orilla de la playa. Andrés finalmente paró el coche, al borde de la arena. El sol empezaba a vislumbrarse en el horizonte, apenas unas tibios rayos rojos en la oscuridad de la noche.

Andrés, bajo del coche, pisó la arena, y se derrumbo, sus rodillas se hincaron, sus puños se hundieron en la arena, su cabeza se hundió entre sus brazos, y allí, en ese momento, Andrés lloró como no había llorado nunca. Lloró como un niño desconsolado. Jamás se había sentido así, jamas se había sentido tan solo y triste, se sentía tremendamente solo, desesperado.

Andrés lloró, lloró por una eternidad, sus lágrimas embarraban la arena mientras su mente seguía persiguiendo aquel avión. Lloró, pero Laura volaba lejos en aquel avión.

El sol empezaba a romper el velo de la noche, Andrés sitió aquellos primeros rayos antes que nadie en este mundo. Sabía que solo tenía dos opciones, quedarse en aquella playa hundido en la arena persiguiendo un avión que quizás nunca volviera, o seguir su camino.

Andrés tomo su decisión. Lloró y tomo su decisión. Una decisión que le acompañaría siempre.


Andres se levantó, limpió sus manos de arena, sudor, lagrimas y sangre, miro hacia adelante, y vio el sol del amanecer, y creyó en si mismo, creyó en seguir adelante, porque después de la noche más oscura siempre llega un amanecer, y los rayos del sol nos traen esperanza e ilusión, y nos hacer creer, creer en lo imposible, creer en nosotros mismos.

Andrés, después de ese día cayó cientos de veces en su vida, y después de cada caída, Andrés siempre se levanto, siempre se limpio las manos de tierra, sudor, lagrimas y sangre, siempre miró hacia delante y vio el amanecer, y siguió creyendo en si mismo.


Y un día, un amanecer, Andrés encontró lo que buscaba, encontró la felicidad.


sábado, 11 de junio de 2016

La estación fría

Ihnan despertó pronto aquella mañana. El sol empezaba a despuntar el alba, el día todavía estaba frío. Esta temporada la estación fría parecía prolongarse más de lo esperado.

Aquella mañana Ihnan descubrió que apenas podia mover sus pequeñas piernas. Primero pensó que era el frío, pero pronto descubrió que era algo más.

Desde que nació, Ihnan había sido muy pequeño, muy delicado, muy débil. Su madre, Umma, estaba muy mayor para parir, pero sus deseos por tener un pequeño suyo no habían desaparecido nunca. Su padre, Arsan, fue el primer sorprendido cuando Umma quedo preñada, y a pesar de las miradas de desconfianza del resto del clan, siempre la apoyo.

Ihnan llamó a su madre, la cual aun dormía. El día anterior había estado hasta bien tarde recogiendo frutos y semillas. Sabía que tenía que trabajar más duro que el resto de las hembras para poder sacar a delante a su pequeño.

Umma despertó asustada. Sintió el miedo en la voz de su hijo, y ese miedo recorrió todo su cuerpo como una corriente de aire gélido por sus venas. Rápidamente acudió para atender a su pequeño.

- Ma, ¡mis piernas! - clamó el niño con grandes gestos de dolor.

- ¿Que tienes en tus piernas? - Preguntó ella.

- No puedo moverlas, Ma. ¡No las siento! - Respondió el pequeño con rostro aterrorizado. Una lágrima cayo por su blanca mejilla. Pronto su azules ojos se llenaron de tristeza.

- No pasa nada hijo. - Respondió Umma mientras abrazaba a su hijo tiernamente. Sintió su pequeño cuerpo muy frío, y eso la preocupó todavía más.

Umma siempre estuvo pendiente de su pequeño. Siempre se había mostrado mucho mas frágil y débil que el resto de los niños del clan, lo cual había provocado un sentimiento de aislamiento e incomprensión por parte del resto. 

Pero Umma nunca se había rendido. Siempre miraba a las estrellas del norte para pedirles por su hijo, les rogaba que le dieran fuerza para poder integrarse en el clan como uno más. Pero las estrellas parecían no oírla.

Ella sabía que si el resto del clan supiera que Ihnan no podia andar, sería expulsado tarde o temprano. Solo pensar en eso hacia que su corazón se detuviera.

- Nadie lo sabra.- Pensó para si. - Hablaré con el Shaman para pedirle ayuda y consejo.

Todos los hombres habían dejado el clan al final de la estación fría para cazar y colectar alimentos. La última estación había traído grandes nieves y hielos, y las provisiones se habían agotado antes de lo esperado. Todavía faltaban muchos soles y lunas para que el jefe del clan, el resto de los hombres y Arsan volvieran, así que Ugulha, el Shaman era el responsable del clan mientras tanto.

Ugulha era el miembro de más edad del clan. Durante mucho tiempo había sido su líder, pero cuando la edad avanzó y su cuerpo se debilitó, tuvo que ceder ante el ímpetu de los más jóvenes. Entonces pasó a lugar secundario. 

Ahora era el Shaman del clan. El Shaman era el responsable de hablar con el Sol, la Luna y las Estrellas, que guiaban los destinos del clan. El recolectaba los deseos y peticiones de los otros miembros y los hacia llegar a los astros. Era el jefe espiritual, y durante la temporada de caza, estaba a cargo de todo el clan.

Umma puso mas pieles calientes en las piernas de Ihnan, le dio un poco de agua y unos frutos que había recogido el día anterior y salió de la tienda para hablar con el Shaman.

Encontró a Ugulha en lo alto de la colina que dominaba todo el campamento. El clan se había movido a la parte más alta del valle, en donde les seria más fácil encontrar alimentos, pero esta temporada fría se estaba alargando demasiado, y todavía quedaban incluso rastros de la nieve de la estación anterior.

Ugulha estaba acabando sus ofrendas a la Luna, la cual empezaba a desvanecerse ante el naciente Sol. Todas las mañanas hacia llegar los ruegos que recibía del clan y añadía los suyos propios para proteger a todo el colectivo.

Umma espero pacientemente a que Ugulha acabara su ritual. Allí, de pie, en lo alto de la colina, el viento soplaba frío, pero Umma no movía un solo músculo, no quería distraer a Ugulha de sus tareas. Conocía sobradamente el mal humor del viejo Shaman, y este no era el mejor momento para despertar su ira.

Ugulha finalmente acabó, se incorporo, paso delante de ella, la miró con desdén.

- ¿Qué quieres mujer? - La preguntó finalmente mientras empezaba a bajar la colina.
Umma se apresuró, intentó caminar a su lado, pero el Shaman, a pesar de su edad, todavía podia mantener una buena marcha, así que Umma tuvo que apretar su paso. Le contó lo que pasaba con Ihnan. Cuando acabó, Ugulha se paró y la miró secamente.

- Mujer, Ihnan nunca podrá ser miembro de este clan. Este clan necesita machos fuertes que lo ayuden a sobrevivir y procrear, y tu cachorro es demasiado débil. Tarde o temprano, tendrás que deshacerte de él. - le dijo Ugulha mirándola fijamente. Sus verdes ojos se adentraron en la cabeza de Umma, mientras todavía oía resonar dentro las palabras de este.

- ¿Dejarle ir? - repetía Umma - ¿Cómo puedo dejarle ir? Es lo único que tengo - replicó finalmente.

- Tienes a Arsan, el sabrá como consolarte. Ya te advertimos mujer, eras demasiado vieja para tener descendencia, pero no hiciste caso, ahora, te toca pagar las consecuencias. - acabó Ugulha, mientras se giraba y emprendía camino de vuelta hacia el campamento. 

La mujer se quedo clavada en el sitio. Ahora comprendía que estaba sola, pero la idea de dejar ir Ihnan no entraba en su cabeza. Cayó al suelo. Sus rodillas se hincaron en la tierra y empezó a llorar desesperadamente.

Allí, arrojada, tiritando de frío, miedo y rabia la encontró Sammila.

Sammila era la pareja del Shaman Ugulha. Había sido buena amiga de su madre hasta el final de sus días, y siempre había mostrado un cariño medio maternal por Umma. Ella había sido la única que la había apoyado y ayudado durante su larga y penosa gestación.

- ¿Qué te pasa hija mía? - le dijo con la tierna y amable voz que caracterizaba a la anciana.

- Ihnan - respondió Umma, con la cabeza todavía enterrada entre su largo y lacio pelo negro.
Umma le contó todo a Sammila. Esta la miró, su mirada era grave pero compasiva, Sabia que el Shaman tenía razón, pero quería mostrar un poco de amor y comprensión por la pobre madre. Ella entendía en parte su dolor. Su hijo había muerto hacía muchas estaciones en la temporada de caza, y Sammila siempre había tenido presente ese dolor.

Se quedó pensativa, finalmente se arrodilló al lado de Umma y la acarició suavemente la cabeza.

- Umma, hija mía, hace muchas estaciones encontramos un clan que venía de paso. Era gente rara, distinta a nosotros. Nos contaron cosas extrañas, interesantes e imposible muchas de ellas. Nos hablaron de unas hierbas con efectos maravillosos que podían sanar de muchos males del hombre y de la mujer. Nadie les creyó. Pero yo si les escuche. Una mujer me llevó hasta la rivera del río y me dijo que tipo de hierbas eran esas. Quizás te puedan ser utiles a ti con Ihnan. No tienes nada que perder por intentarlo.

Umma finalmente levantó la cabeza. En su cara se mezclaba la tierra gélida con sus lagrimas, pero una sonrisa asomo en sus labios. Se incorporó y abrazó a Sammila. Sabía que no tenía nada que perder, y quizás esa era su única posibilidad.

Ese día las dos mujeres bajaron hasta el río para buscar y recoger las hierbas de las que Sammila había hablado. No pudieron encontrarlas donde la anciana podía recordar, pero eso no impidió que Umma siguiera buscando durante los siguientes soles por esas plantas maravillosas.

Cada dia le llevaba nuevas muestras a Sammila, pero esta siempre negaba con la cabeza.

- Esas no son. - concluía cada día la anciana para desesperación de Umma.

Mientras, Ihnan, parecía cada vez más débil y pálido. Sus piernitas, día tras día tenían un aspecto mas blanco y gélido, y Umma temía cada noche que esa fuera la última de Ihnan.

Finalmente después de muchas lunas, Umma encontró unos arbustos desconocidos para ella. Jamás había visto aquellas plantas de flores azules y de un amarillo tan brillante como el Sol. Un rayo de esperanza creció en su corazón. Algo la decía que esas eran las hierbas que la anciana la había hablado, así que cogió todas las que pudo cargar, y memorizó el lugar por si necesitara volver a por más.

- Hija mia, estas son. - finalmente le dijo Sammila, las dos mujeres sonrieron, se abrazaron y comenzaron a llorar. 

Sammila le contó que tenía que calentar en agua las hojas hasta resblandecerlas y ponérselas en las piernas de Ihnan. Mientras tenía que combinar las flores con otras hierbas para dárselas a beber.

Esa misma noche Umma estuvo preparando las hojas y las flores. Cuidadosamente se las puso en las frágiles piernas de Ihnan. Este pareció aliviado al tacto suave y cálido de ellas. Una pequeña sonrisa pareció aflorar a la cara del pequeño. Umma le dio el bebedizo.


Así pasaron muchas lunas, y muchos soles. Arsan y el resto de los hombres volvieron de la temporada de caza. Todas las mujeres y los niños salieron de sus tiendas para recibir a los hombres, cargados de animales y de pieles. A pesar del frío, había sido una buena temporada de caza. Hombres, mujeres y niños se abrazaban mientras los primeros mostraban los trofeos obtenidos.

Arsan se dirigió hacia su tienda. Se sintió extrañado que Umma y su pequeño no salieran a recibirle. Pronto recordó lo débil que había visto a su hijo antes de marcharse con el resto de los hombres, y una sombra de duda asaltó su corazón. Temió que algo malo le hubiera pasado a él, o a su Umma. Aceleró el paso, quería llegar cuanto antes a su tienda, a la vez que temía el momento de abrirla y encontrarse lo que nunca quiso ver.

Estaba ya muy cerca cuando Umma salió. Arsan se paró en seco, no podía dar un paso más. En aquel momento, Ihnan salió de detrás de su madre y corrió a abrazarle. Arsan solo tuvo tiempo de abrir los brazos y recibir a su hijo mientras lagrimas de felicidad corrían por sus mejillas. Jamás había visto a su hijo tan sano y tan fuerte. Umma se unió a ellos, beso en la frente a Arsan mientras que le acariciaba su largo cabello.

Los tres juntos volvieron a la tienda. La estación fría había llegado a su fin.

lunes, 6 de junio de 2016

El accidente

Juan apenas contaba con diecinueve años cuando empezó a sacarse el carné de conducir.

Desde pequeño había soñado con poder tener su cochecito y bandearse por su cuenta. Pero eso del tema de la conducción se le estaba haciendo más complicado de lo que pensaba. Pisar el embrague, el acelerador, también si el freno y además la palanca de cambio, y todo eso ademas mirando a todos los espejos y sin despeinarse.

Todo el mundo le decía que era cuestión de práctica.

- Una vez que te hagas a ello, ya veras, no te va a hacer falta ni pensar en lo que haces.

- Si lo se. - Pensaba para si Juan. - Pero cuando llegara ese momento!

Las clases en la academia se sucedían semana tras semana, y después de casi dos meses, pensó que ya estaba listo para el examen práctico. En el teórico no había tenido ningún problema, pero el práctico, "Ay!, el práctico" pensaba Juan, eso es harina de otro costal.

Finalmente llegó el día del examen, y llegó el día de la gran decepción, pues Juan no consiguió pasar. Triste, cabizbajo y humillado volvió a casa. Su madre le abrazó y le consoló.

- No te preocupes hijo. - Le dijo su madre. - Estoy segura que el próximo lo vas a pasar, ya veras. Le voy a rezar a la virgencita y ella te va a echar un manita la próxima.

- ¿Y en que fue que te equivocaste? - Le espetó su padre, siempre tan serio y responsable.

- Casi me salte un semáforo en rojo, papa. - Le dijo Juan.

- ¿Un semáforo en rojo? ¿Sabes lo que te podría haber pasado? ¿En qué estabas pensando? - Le recrimino su padre, esta vez con un tono mas serio.

- Había un camión a mi lado, y no pude verlo hasta que ya era muy tarde. Frené, pero pise la línea y por eso me suspendieron. - Dijo Juan intentando justificarse.

- Juan, tienes que tener más cuidado. Es por tí. El coche es algo muy peligroso. - Acabó el padre, esta vez mas conciliador y paternal.

Después del varapalo, Juan decidió que no se iba a dar por vencido. La semana siguiente iba a continuar con las clases, pero ya empezaban a ser muy costosas para sus padres, y no sabía de que otra manera podría practicar.

Siempre habían pensado en pedirle a su padre que le dejara su coche y le diera alguna clase. Su padre siempre tenia muy buen cuidado de su coche, y no era ni la primera ni la segunda vez que le había visto ponerse a discutir, casi a pelearse por algún asunto de tráfico. Por eso que Juan siempre había tenido reticencia a pedirle ayuda, pero sabía que un par de horas más al volante le podrían venir muy bien, así que se armó de valor y decidió preguntarle a su padre.

- Papa, ¿te puedo pedir una cosa? - Le preguntó a su padre un Sábado por la tarde.

- ¿Qué quieres hijo?

- ¿Puedes darme una clase de conducir con tu coche esta tarde? Quiero examinarme en dos semanas y no quiero gastar más dinero en clases de la academia.

Su padre se quedó mirándole fijamente. Era buena noticia que no se hubiera negado a la primera. Eso significaba que al menos lo estaba pensando.

- Bien, podemos ir esta tarde si no vas a hacer nada con tus amigos. - Le respondió finalmente su padre.

Juan se quedó con la boca abierta. Nunca tuvo muchas esperanzas que aquello prosperara, y no sabía ni que decir.

- Claro, claro. Podemos ir cuando tu quieras, papa.

Una hora mas tarde bajaban al garage donde el coche de su padre dormía cada noche, era casi como otro miembro de la familia para él.

- Yo lo saco del garage. - Le dijo. - Esta muy complicado con tanta columna. Dime donde das las clases y ya lo coges tu allí.

- Claro, mira es .... - Así Juan le explicó a su padre donde daba las clases en la autoescuela.

En apenas cinco minutos llegaron a la tapia posterior del cementerio. Aquella era una calle ancha y de escaso tráfico, donde la mayoría de las autoescuelas llevaban a sus alumnos para las primeras clases de conducir.

Juan ya llevaba tiempo circulando por zonas más concurridas, pero no quería tentar demasiado a su suerte, por lo que prefirió ir al area mas tranquila que conocía. Además en fin de semana el tráfico era todavía mas ligero, por decir que había tráfico alguno.

Llevaba ya mas de media hora Juan circulando. Los primeros cinco minutos se sintió muy nervioso. Sentía la mirada de su padre todo el rato fija en él, constantemente diciendo lo que tenía que hacer o que no hacer. Pero poco a poco, padre e hijo se empezaron a relajar.

- ¿Puedo llevar el coche hasta el garage? Solo hasta la entrada del garage. - Preguntó Juan, ya bien envalentonado y seguro de si mismo.

- Bien, - Respondió su padre. - Pero ten cuidado, ya sabes que hay más tráfico ahora cerca de casa.

La casa de los padres de Juan estaba en la esquina de una calle muy concurrida. Todavía no era muy tarde, pero en poco tiempo el tráfico seria muy pesado.

Estaban a menos de dos manzanas de llegar cuando todo ocurrió. El semáforo se abrió y todos los coches empezaron a moverse bien rápido para poder pasarlo. Juan aceleró, pero cuando estaba a pocos metros de la luz, esta se puso en rojo. El coche de adelante frenó bruscamente. Juan iba más rápido lo que debería.

- Frena, Frena! Haste a un lado, hazte a un lado! - Le gritaba su padre.

Juan se sintió muy nervioso, no supo como reaccionar en esa situación. Frenó el coche lo que pudo mientras que giraba hacia el interior de la calzada. Pero no fue suficiente. Juan sintió el impacto. El lado derecho contra la parte trasera del coche delantero. No había sido un golpe fuerte, pero Juan sabía que había roto el faro izquierdo y le había echo un buen bollo al coche de su padre.

Juan pensó: "Mi padre me va a matar aquí mismo". Bueno, no tanto, pero sabía que era cuestión de segundos que su padre empezara a gritarle histérico, como había visto que en otras ocasiones lo había hecho con otros conductores.

- Muévete a mi asiento y no salgas del coche. - Le dijo su padre muy tranquilamente. - Rápido, cámbiate aquí, no te muevas y no salgas, ni digas nada. - Le repitió su padre mientras salía del coche.

Juan estaba todavía con la impresión del golpe, pero quizás la reacción de su padre le había impresionado todavía más.

Una mujer rubia, de pelo rizado salió del coche de delante. Su padre ya estaba fuera. Estuvieron hablando un buen rato. La mujer parecía tomárselo sin más problemas. El padre de Juan volvió al coche.

- Abre la guantera y dame los papeles del coche y del seguro que están dentro.

A Juan le costó abrir la manilla de la guantera, tenía las manos frías y sudorosas, estaban a mitad de Julio, a más de treinta grados a la sombra. Finálmente consiguió girar la manilla y abrir la guantera. Intento buscar lo mas rápidamente posible lo que le había pedido su padre, a pesar de que no tenía ni la más mínima idea de lo que era.

Acabo dandole un buen montón de papeles. Su padre los cogió y le devolvió la mitad. Se fue de vuelta con al mujer rubia de pelo rizado, para intercambiar los datos del seguro.

Diez minutos después su padre, arrancaba el coche de vuelta a casa. Juan seguía todavía atónito. No se atrevía a hablar. En su interior seguía esperando una gran bronca. Pero su padre se mantenía en silencio.

Así discurrió el resto del trayecto. Juan no recordaba cuanto fué, pero se le hizo eterno. No sabía que era peor, el silencio o que su padre le pudiera gritar.

Entraron al garage, su padre aparcó el coche. Salieron y cerró las puertas. Cuando se dirigían al ascensor Juan notó como su padre volteaba la cabeza para mirar el coche.

Al final Juan se decidió.

- Lo siento papa. Ha sido mi culpa. Lo siento. Lo siento mucho - Le dijo Juan,  casi sin poder mirar a su padre a la cara.

- Lo se hijo. Yo también lo siento. - Le respondió su padre.

Juan se quedo todavía más sorprendido.

- ¿Por que se disculpa mi padre conmigo? - pensó Juan, a penas le dió tiempo a responderse cuando su padre volvió a hablarle.

- No tenía que haberte gritado. No tenía que haberlo hecho. Tú estabas conduciendo, estás aprendiendo, podrías haberte puesto más nervioso. Podríamos haber chocado con un coche viniendo de frente, y nos podría haber pasado algo grave. Jamás me lo hubiera perdonado, hijo. - Le dijo su padre, casi con lágrimas en sus ojos. - Jamás me hubiera perdonado que te hubiera pasado algo por mi culpa. Lo siento.

Juan sintió que iba a empezar a llorar, allí estaban los dos, Juan jamas había visto llorar a su padre y ahora veía como una lágrima caía por su mejilla. Se abrazaron los dos, como hacía muchos años que no lo habían hecho.

- Te quiero papa.

- Te quiero hijo, te quiero. Ahora subamos a casa y a ver como le contamos todo este lío a tu madre sin que se asuste. - Acabó su padre dedicándole una sonrisa.

Aquel día Juan comprendió lo que realmente su padre le quería y que quizás nunca se lo había hecho saber, pero Juan hoy lo entendió, y jamas pudo olvidar aquel pequeño e insignificante accidente que tanto significo para Juan, y para su padre.